El tango de la Guardia Vieja, Arturo Pérez-Reverte
[…] ¿Que el carácter de una mujer se muestra con más sinceridad cuando baila? [...]
[…] «Extraño oficio, este de escribir novelas. [...]
[…] «Hay una cosa: una novela es como un campo de minas. Al principio es fácil retroceder pisando tus propias huellas, pero si caminas demasiado, te metes y ya no puedes salir de él. Entonces, antes de llegar a ese momento irreversible, paré y decidí dejarla para cuando tuviera la mirada más fina», [...]
[…] «La única tentación seria es la mujer, señor Costa. ¿No le parece? Todo lo demás es negociable». [...]
[…] «lector que escribe novelas». [...]
[…] «Los hombres acariciados por muchas mujeres cruzarán el valle de las sombras con menos sufrimiento y menos miedo»... [...]
[…] «O sea —me advierte Calabria—, que más le vale a ese personaje tuyo borrar bien las huellas, sin dejar ni una, o te garantizo que va a tener problemas». [...]
[…] «Y sin embargo, una mujer como usted y un hombre como yo no coinciden a menudo sobre la tierra.» [...]
[…] «ya tengo la portada, consigue los derechos de reproducción». [...]
[…] A mí me ocurre con frecuencia, pues localizo los pasajes de casi todas mis novelas en sitios reales: viajo allí, tomo fotografías y notas, leo cuanto puedo encontrar sobre el asunto. [...]
[…] acudo a consultarlos sin complejos. Con rigurosa humildad profesional. [...]
[…] Ahora sólo falta que el lector, cuando lea, oiga la música que no se oye pero que ellos oyen. [...]
[…] Aquélla era una de esas mujeres que se veían elegantes a la primera mirada y hermosas en la segunda. [...]
[…] Aunque si mal no recuerdo, tú siempre perseguiste el dinero. Le dabas prioridad sobre el resto de las cosas posibles. Y ahora que pareces tenerlo, tampoco reniegas de él. [...]
[…] Cada vez que llego a un pasaje determinado veo al personaje en el que me inspiré, al de carne y hueso, no al literario que quiero mostrar. Está crudo, [...]
[…] Caminos que, pese a los consejos de la más elemental prudencia, es imposible soslayar cuando se ofrecen a la vista. [...]
[…] carne tibia y fatigada, aroma de sexo satisfecho, sudor de cuerpo de mujer que ahora humedecía, bajo las manos de Max, [...]
[…] Compleja, porque no es una trama lineal. Hay saltos atrás y adelante en la acción. Eso hace necesaria una carpintería cauta. [...]
[…] Con esa elegancia que no consiste en la ropa, sino en la manera de llevarla. [...]
[…] —conozco bien al personaje porque, además de crearlo, hace año y medio que convivo con él noche y día— nunca le confiaría ni dinero, ni joyas, ni una mujer que me importase conservar. [...]
[…] —Creo que en el mundo de hoy la única libertad posible es la indiferencia —concluyó Max—. [...]
[…] cuando en un reportaje hay literatura es un mal reportaje; y que cuando en una novela hay periodismo, es una mala novela. [...]
[…] Cuando toca, ni aunque te quites, decía. Y cuando no te toca, ni aunque te pongas. [...]
[…] El aire que entra por la ventanilla abierta huele a miel y resina, con los últimos aromas del verano, [...]
[…] Elijo para él este modelo concreto por guiño familiar. Era el que usaba mi padre. De esa clase son los pequeños codazos cómplices, a veces sólo con sentido para él, que un autor puede darse a sí mismo. Yo lo hago con frecuencia. O con cierta. Algo así como ponerle a una novela pequeñas marcas de la casa. [...]
[…] En novela, las prisas matan. Pero al fin, un día más o menos lejano, te toca. [...]
[…] En varias ocasiones intentó escapar de lo que llamaba la mediocridad y el fracaso de nuestra relación; y como la mayor parte de los hombres, lo más lejos que logró llegar fue a la vagina de otras mujeres. [...]
[…] Es la duda la que mantiene joven a la gente. La certeza es como un virus maligno. Te contagia de vejez. [...]
[…] Esto es ajedrez. El arte de la mentira, del asesinato y de la guerra. [...]
[…] Fundamentalmente, un escritor de novelas es un individuo que mira. Dos tercios de mirar y uno de escribir. [...]
[…] Hace falta paciencia infinita, pues de nada vale apresurarse. [...]
[…] Hace falta ser muy segura, como mi protagonista, o muy inteligente o muy afortunada para poder atravesar esa barrera con la dignidad, el aplomo y la serenidad adecuada. [...]
[…] hombres. —Es injusto, pero es así. Son las reglas, porque la sociedad perdona menos a una mujer que no es atractiva que a un hombre. [...]
[…] La cosa queda en el manuscrito con nota al margen. Ojo con esto. Peligro, minas.» [...]
[…] la honestidad de las putas o la honradez forzosa de los viejos bailarines de salón, [...]
[…] La imaginación no siempre basta, si no se la alimenta con material adecuado. [...]
[…] la parte dura de verdad, cuando llegas a odiar tu propia novela), [...]
[…] La vie est brève: un peu de rêve, un peu d’amour. Fini! Bonjour! [...]
[…] Las correcciones posteriores fundirán esos tres niveles de trabajo, dándoles unidad y apariencia de que todo se escribió de corrido. Así es como debe verlo el lector. [...]
[…] Le asombraría saber cuántas niñas sueñan con vestirse de princesas, y cuántas mujeres adultas desean vestirse de putas. [...]
[…] Le hago muchas preguntas y tomo notas. También, de postre, le pido que me ayude a montar una trampa en una partida para descubrir a un posible infiltrado del otro bando. En treinta segundos me da la idea. Luego en casa, me abalanzo sobre los libros de ajedrez y empiezo a buscar situaciones apropiadas. A vestir la partida. En dos días queda todo resuelto. Ya tengo el pretexto, la trama, la trampa.» [...]
[…] Lo completo entre otras cosas con tres títulos más, también grandes libros ilustrados. Liners es uno de ellos. Otro: Transatlantici, l’etá d’oro. Y como gracias a unas páginas de Blanco y Negro del año 1928 compruebo que el Cap Polonio hacía la ruta de Buenos Aires, elijo ese barco. [...]
[…] Me gusta su forma de aceptar con naturalidad que le digan que es bella. [...]
[…] Me pregunto si en esa época ya era usual ser identificado por éstas. Podría resultar una preocupación innecesaria. Anacrónica. Así que de nuevo me toca pedir ayuda. [...]
[…] Mi imaginación se apropió de ese mundo para siempre, y ya nunca podré mirarlo con la inocencia de unos ojos libres. [...]
[…] No es lo mismo llevar un bolso, a secas, que un bolso de lona monogram de Louis Vuitton, un Kelly o un Birkin. [...]
[…] Nunca debe mezclarse el sexo con los negocios, le había oído decir Max a menudo en otros tiempos. Excepto cuando el sexo facilita los negocios. [...]
[…] O, al manejar diálogos rápidos, la necesidad molesta de repetir «él», «ella»: «ella dijo», «él respondió». Algunos momentos de la escritura son una lucha por dar variedad a ese tipo de recursos: [...]
[…] Palace. A la izquierda, la conserjería; a la derecha, recepción. Escalera con baranda de bronce y dos ascensores. Perfecto. Lo subrayo todo, feliz, mientras me tomo un vaso de leche y unas medias lunas en La Biela, que es mi café favorito de esa parte de la ciudad. Después doy un paseo tranquilo hasta el lugar. El hotel Palace ya no existe. En su lugar sólo hay un deteriorado edificio con entrada por el 217 de 25 de Mayo, con sus arcos de recova en la esquina de las actuales Cangallo y Alem. Pero es suficiente. Me apoyo en la pared del otro lado de la calle, tomo algunas notas e imagino. De pronto me asalta una duda y, angustiado, releo el cuaderno. Menos mal. El [...]
[…] Para quienes gozan de ese privilegio extraordinario, esto sitúa los lugares con bagaje histórico o literario en un contexto singular que los hace aún más atractivos. Ciudades, hoteles, calles, paisajes, cuando te acercas a ellos con lecturas previas en la cabeza, adquieren un grato carácter personal; un sabor intenso. [...]
[…] Por eso, corregir es siempre peor que escribir. Más duro y agotador. A tu novela no acabas odiándola mientras la escribes, sino mientras la corriges. [...]
[…] Por suerte lo he advertido a tiempo para que se corrija en el resto de la tirada de la novela y en las traducciones extranjeras, cambiando el título por El velo pintado; aunque ya nada podrá impedir que figure en parte de los ejemplares de la primera edición. No es grave, por supuesto. Apenas una pequeña anécdota. La mayor parte de los lectores ni siquiera lo advertirá. Pero constituye una buena lección de humildad profesional y de vida en general: recordatorio de que, por mucho que te afanes, la escritura de una novela, como la vida misma, está sembrada de minas esperando que las pises. Y que siempre, por mucho cuidado que pongas, acabarás pisando alguna. Por eso no puedes menos que sonreír recordando aquel viejo chiste editorial sobre la fe de erratas impresa al final de un libro: «El corrector certifica que este libro no contiene ninguna errita».» [...]
[…] Quevedo, Gracián y algunos otros) son maestros y lo seguirán siendo cuando el mundo te haya olvidado. Mientras, tú sólo eres un tipo que intenta contar historias de manera eficaz. [...]
[…] —Se requiere mucha inteligencia para disfrazar de artificio las propias emociones [...]
[…] Seguramente ni lo mencionaré en el texto, pero para mover a los personajes es necesario saber que eso estaba ahí. Es parte del andamio que retiras una vez acabada la casa.» [...]
[…] —Si algo me agrada de usted es que nunca podré llamarlo estúpido. [...]
[…] Sin derrotas no hay victorias.» [...]
[…] Situar referencias adecuadas es útil por varias razones: da mayor credibilidad al tratamiento de cada época, permite que el lector perciba el aroma de un mundo determinado, apoya visualmente la acción, da pie a que los diálogos se sostengan con detalles y referencias específicas. [...]
[…] Te sitúas ante un escenario para la novela, y las viejas fotos, las lecturas, permiten borrar todo aquello que es superfluo para tu trabajo o no necesitas. Como si no estuviera ahí. Entonces, al fin, logras el milagro de ver sólo lo que necesitas ver.» [...]
[…] Tiene sesenta y cuatro años, pero se siente rejuvenecido. Interesante, incluso. Y, sobre todo, audaz. [...]
[…] —Un amigo mío decía que hay tangos para sufrir, y tangos para matar... [...]
[…] Un caballero auténtico es aquel a quien, siéndolo, no le importa serlo o no. [...]
[…] —Una mujer nunca es sólo una mujer, querido Max. Es también, y sobre todo, los hombres que tuvo, que tiene y que podría tener. Ninguna se explica sin ellos... Y quien accede a ese registro posee la clave de la caja fuerte. El resorte de sus secretos. [...]
[…] Uno de mis personajes se beneficiará de lo que acabo de aprender. [...]
[…] Y no falla: el primer día que abres la novela recién impresa, satisfecho de tenerla al fin en las manos, siempre lo haces exactamente por la página donde la errata o el gazapo que durante innumerables relecturas pasaron inadvertidos te saltan a la cara rotundos, clamorosos, siniestros, consagrados en letra impresa. [...]
[…] Ya no podré volver a esos lugares sin amueblarlos con mi propia historia y personajes; sin verlos de otro modo que a través de la novela que yo escribí. [...]
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